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Esta es una simple reflexión que surgió de una de mis capacidades: el ser muy observador conmigo mismo. Se puede aplicar a mí, a vos, a ellos y ellas. Al fin y al cabo es el mismo denominador común…
En realidad, es sorprendentemente fácil conseguir dinero y fama. Solo conlleva voluntad y suerte mezclada con el azar. Una vez que estamos rodeados de toda esa empalagosa burbuja de azúcar que es lo material, nos sentamos a pensar en nuestros caros sillones de cuero y deducir, como por primera vez en nuestras vidas, que estamos solos en esa burbuja. Demasiada “dulzura” para una sola persona. Solos allí dentro nos enloquecemos y odiamos todo lo que habíamos acumulado. Sentimos algo insignificante al final del día que como campanilla navideña termina retumbando hasta lo más profundo del alma, haciendo eco en todo el cuerpo. ¿Porque esas cosa no hablan y devuelven nuestras suplicas?, ¿por qué se quedan ahí paradas tal cual las retiramos del mostrador donde las compramos sin al menos tener la virtud de suspirar con nosotros?, ¿por qué nos sentimos tan vacios?, ¿tan enanos?, ¿tan doloridos por ese hueco en el pecho? La respuesta es, también, sorprendentemente fácil, pero con las diferencia de que es incomparable, impredecible.
Amor. Si, ese tema cliché tan rematado por revistas, películas, libros, obras de teatro, canciones y quien sabe que otra docena de medios artísticos. Pero, ¿no hay acaso una razón por la cual el Amor se manifiesta una y otra vez en el escenario, la guitarra o el lienzo? Supongamos que la hay, y que tenemos una idea de ella. La gente degusta de deseos sobre el Amor, desean volver a tenerlo, piensan en hacerlo o planean para más adelante con quien compartirlo. De algún u otra manera este hermoso y a la vez siniestro sentimiento remueve un mar de emociones salvajes dentro nuestro. Inunda el hogar hasta reducir todo objeto a su mínima expresión, a lo que solo es, quedando El cómo única decoración. Es hermoso ya que al estar presente anona la mente de sonrisas involuntarias, como una marioneta pendiendo de sus hilos. Acelera el pulso de nuestro corazón cuando nos llega un mensaje de texto o cuando vemos al Otro a una cuadra de distancia caminando hacia nuestro encuentro. Las piernas nos flaquean. Nerviosos, ponemos nuestras manos en los bolsillos, las sacamos, nos arreglamos algo de la ropa, miramos hacia los costados tratando de simular confianza. Se acerca cada vez más, ¿qué hago?, ¿un beso en la mejilla, en los labios, un abrazo, fuerte o suave?, no interesa, ya nos delatamos, igual como lo hace la risita nerviosa que se nos escapo. Sueños, pasión, lujuria…a flor de piel.
Las sabanas de la cama se vuelven seda al tacto cuando estamos tendidos allí. En medio de la noche, extendemos nuestros dedos hasta alcanzar los suyos. La piel esta tibia y viva. Suave y tersa. ¿Qué más puede uno hacer si no es vestirse con ella? No hay lugar que no hayamos besado…o mordido segados de deseo. ¿Sigue siendo de noche o es ya de día? No interesa. El tiempo no tiene importancia, solo su rostro como un sello que se estampa una y otra vez en nuestros ojos a cada parpadeo.
Pero, ¿qué sucede cuando el Amor ya no está? Todo se vuelve siniestro. El mundo entero lo hace. Las cosas que habíamos comprado y de las cuales tanto habíamos alardeado se burlan de nosotros, se ven más horrendas que nunca. La cama ya no es cómoda seda de reposo, la ducha no es lo suficientemente caliente y el celular último modelo nos insulta con su silencio macabro. Agarramos el aparato, lo abrimos, buscamos en los contactos, y devoramos con la vista el nombre del Desamor. ¿Qué hago? ¿Llamo?, ¿mando un mensaje?, ¿lo borro? ¿Llamo y cuelgo y después lo borro como si ello significara una señal de teatral despedida? Y justo en ese instante, TILIN TILIN!, mensaje de texto que tiembla en nuestras manos machacando los nervios. El corazón se nos reventó y casi lo escupimos por la sorpresa. Desilusión, era alguien más preguntando por cosas que ya ni te importan. Desolados, arrojamos el teléfono a alguna esquina polvorienta y pensamos “no lo mirare mas, pase lo que pase, no lo tocare. Lo destruiré si es necesario”. Nos dejamos caer en el sillón. Lloramos, y mucho. La presión era demasiada para nuestros ojos y las lágrimas venenosas pero reconfortantes anestesian nuestro rostro sin expresión del cual sus hilos cuelgan hasta el suelo. La angustia en el pecho es intolerable, asfixiante. Parece haber un insecto que quiere hacerse camino rasgando piel, hueso y corazón con la idea de hacer un nido allí e incubar sus huevos. ¿No era acaso este bicho una mariposa que sentíamos en el estomago?, puede ser. Corremos desaforados a recoger el celular que con una sonrisa maliciosa nos llama desde el suelo. A una velocidad alarmante marcamos “LLAMAR”: TUUU, TUUU, TUUU, TUUUUUUUUU. Nada. Que siniestro el amor. Nos seduce de manera tal que cuando lo perdernos nos deja el gusto amargo de una obsesión que, irónicamente, esperamos al tiempo jugar el papel del olvido. Ahora si es importante. Que pasen las horas lo más rápido posible y los meses y los años si es posible! Sumirse en el letargo hibernal, como una criatura que el invierno venció. ¿Y dónde está el inmundo bicho que perforaba los últimos vestigios de alegría de cual nos aferrábamos? Desapareció, no sin antes haber infectado nuestras venas con experiencia, aunque mal nos pese. Frustración, ostracismo, dolor…
Las sabanas están ásperas y frías. La cama es enorme, ni los bordes pueden verse a causa de la poca luz. Extender los brazos y piernas es en vano. No hay nadie más que tú en la inmensidad del lecho. Una noche sin luna. Nos frotamos los rostros como queriendo cambiarlo en el de alguien más. Nos odiamos. Nos sentimos feos. No lloramos, solo buscamos hipnotizados algo en la habitación que tenga la respuesta a todo. Obvio, no hay tal objeto…no hay alma en ellos.
PIN!, esa lamparita imaginaria se prendió encima nuestras cabezas. ¿Quién era aquel, que cuando el insecto asesino nos atacaba el pecho, mando un mensaje? Un amigo. Un amor distinto a lo anterior. Uno leal. ¿Quien dice que este amigo vio desde la lejanía las antenas del bicho amenazándonos? Quiere escucharnos y abrazarnos tratando de llenar el hueco sangrante del pecho. Para ellos siempre hay espacio suficiente para alguien. Hay que dejarlos entrar. Ellos serán los albañiles que ladrillo a ladrillo volverán a levantar el muro que el Desamor sacudió hasta el derrumbe. Ellos ataran nuevamente los hilos a nuestros labios para poder volver a sonreír. Ellos nos quitaran el impulso para no caer en la obsesión de sumergirnos en el pasado que ya nos turba. Ellos te harán reír, así puedes tu hacerlo de cuan chica la cama es. Ellos harán que dentro de ti vuelvan a nacer mariposas, listas para encontrar otra flor donde posar. No caer nunca en la derrota. No perder la esperanza de volver a sentir.
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